lunes, 7 de marzo de 2011

Merecen ser cuidados

Estos días estoy de vuelta en Dominicana, mi segunda casa. Los casi 3 años vividos y sentidos aquí siguen latiendo en la misma huella que dejaron, por mucho que intente pasar página.
Ahora mi trabajo y mi ilusión me traen de nuevo a Santo Domingo, donde el mundo se agita bañado en un sol claro y un cielo sin rastro de dudas, y el tráfico ruidoso convierte el silencio en un bien escaso.
De nuevo por La Puya. Calles que suben y bajan, de tierra, a medio asfaltar, escalones irregulares de pendientes complicadas. La accesibilidad es un concepto indefinible aquí, y la discapacidad una sentencia a cadena perpetua. Y entre basuras, aguas de la cañada, casas bajas de madera y ese olor a humanidad, miles de niños que aparecen por todas partes, vestidos, desnudos, de risas grandes y ojos gigantescos, que miran y se sorprenden, que miran y ríen, que miran y juegan, que miran pegados a una legaña, a un dedo que se rasca y se mete en la boca sin dejar de mirar.
De nuevo me indigno por dentro y sonrío por fuera, y miro con vergüenza y con culpa, por mí y por todos mis compañeros, y por mí primero. Me vuelvo a repetir que estos niños y estos jóvenes, y estas madres, y estas gentes que se sientan en la puerta de su casa, que se peinan estirándose los moños, que en definitiva estas personas en ese rincón del mundo, merecen ser cuidadas. No me sale, me rechina la reivindicación internacional, la denuncia de sus derechos, el olvido de sus gobiernos. Me queda grande, es una pelota que me viene encima y que no sé rebotar. Pero sí puedo seguir conmoviéndome y trabajar por ese cuidado que necesitan. Tengo la suerte de poder estar cerca, y tengo las herramientas para intentarlo.
Tal vez así pueda quitarme el enfado de encima.

martes, 7 de diciembre de 2010

Días de Pascua

El tiempo por fin ha cambiado. Ya no llueve, e incluso el sol se atreve a salir todos los días, aunque sea acompañado de nubes. Nunca un cielo límpido e inmaculado.
También ha cambiado la temperatura, se ha vuelto más fría, especialmente por la noche. De todas formas todo compensa con tal de no ir empapado cada vez que sales.
Al final, el resultado me recuerda al tiempo de Pascua, un poco de sol que es generoso y claro cuando grita, o se muestra sombrío y distante en sus días de melancolía. El aire sopla también, dejando esa sensación de bienestar alterado, y trayendo recuerdos nostálgicos de mona y huevo, de panquemado y chocolate en tardes plácidas pero cortas, en mañanas expectantes de lo que serán sus nuevas horas.
Es la primera que se renueva o el otoño que envejece. Todo depende del pie con que me haya levantado.

lunes, 29 de noviembre de 2010

De nuevo en casa

Hay dos premisas que manejo:
1. Me suelo encontrar bien en todas partes.
y 2. Tengo que hacerme un caso relativo
Si yo realmente diera crédito a todas las cosas que siento, sería realmente desquiciante. La gente que me conoce sabe que tiene que relativizarme, porque yo voy y vuelvo sin demasiada trascendencia, pero el resto corre el riesgo de quedar mareado con tanta vuelta.
Y de vueltas puedo decir que llevo mes y medio, primero Nicaragua, después Rep. Dominicana, y ahora ya en Costa Rica. El objetivo era lanzar la campaña de Navidad Solidaria, y comenzar a tomar el pulso de los proyectos sociales, y en algún caso, comenzar a diseccionarlos.
A Nicaragua es la segunda vez que voy, y ambas me he sentido como en casa. Me gusta la gente, me resulta tan desconocida como atractiva, tan misteriosa como cercana. León es tierra oscura que lame paredes blancas junto a puertas grandes, generosas y abiertas. Es gente en la calle que no se afana por el tiempo, es el calor que entra y toma posesión del ánimo, dejándote en una ponzoña constante. Todo camina a un paso suave, sin estridencias, y esa misma cotidianidad es la que me atrapa, y me hace fantasear con la idea de ser de allí.
Con Managua me reconcilié en este viaje, pues su recuerdo se disolvía en un vaso de agua, húmedo, difuso, intrascendente. Esta vez cobró un poco más de vida, la que se palpa en un colegio, con niños por todas partes con los que no tengo problemas para entenderme. Definitivamente, me sentí en Managua como en casa, ya decidido a pedir la nacionalidad nicaragüense. 
Y en cuanto a vida, la frontera entre Nicaragua y Costa Rica se muestra como una maraña de estímulos, una oportunidad para mirar y anotar todos los detalles, en un ecosistema completo compuesto por mujeres en puestos de comida, vendedores ambulantes, cambistas de divisas, autobuses que esperan, pasajeros que desesperan, maletas, cajas, y el sol que de nuevo se te pega por dentro. Y la misma pereza...
Es la escena principal de la película sobre el viaje entre Managua y San José en autobús, una odisea a la que acostumbrarse para hacer de esas 12h un trámite más, completamente desprovisto de sentimientos.
Todo queda olvidado cuando días después estoy de regreso a Santo Domingo, y ese baño de "dominicanidad" me lava de todo lo anterior. La gente, sus colores de piel, su forma de hablar, de expresarse, la bulla, el "todo vale", el lío permanente... Todo me resulta conocido y cercano, tan parte de mí como el olor a salitre y tráfico del Malecón, el sol inmisericorde del mediodía, el naranja de la tarde o la brisa suave de la noche. Todo se confabula para devolverme esa sensación de estar en casa, como en La Romana, como en todas partes.
Esa sensación de la que me quiero desprender, poco a poco, en el vuelo de camino a casa, la que me acoge y me recibe, ya en Costa Rica. Y como un niño arrastrado de la mano por su madre, avanzo con pasos lentos y miro atrás prometiendo que volveré a mi casa, aunque no sepa bien a cuál de todas ellas, y sabiendo que, en la que esté, seguiré añorando las otras.

Recomendación: la banda sonora de esta entrada corresponde a The Radio Edit, en Otras Músicas.

lunes, 20 de septiembre de 2010

Reírse de uno mismo

Hoy, como muchos otros días, salió un sol radiante que imponía una luz de brillo intenso y claro, y una temperatura cálida. Casi como un automatismo descontrolado, repasé mentalmente algunas de las posibilidades de paseo para la tarde, sin ser muy consciente de que, como muchos otros días, aquel sol no podía ser buena señal.
Efectivamente, como suele ser habitual, hacia las dos del mediodía (en realidad hoy eran las dos menos diez) comenzó el ritual, el cielo se tornó plomizo y empezó a caer una tormenta considerable. Haciéndome el loco, me fui a trabajar armado de paraguas y paciencia. Yo no miro atrás.
La tarde pasó y el panorama no mejoraba. Después de una conversación con Eva que desde España me empujaba a dejarme de milongas y echarme a la calle, me decidí a cumplir mis propósitos mañaneros y llegar hasta la Casa de la Cultura de España, donde esta semana están proyectando un ciclo de cine interesante.
El cielo caía sobre mí, pero yo estaba fuerte, nada podía conmigo.
En los cinco minutos de camino a la parada del autobús, el agua ya había trepado por mis piernas hasta las rodillas, y los zapatos resistían con esfuerzo el ataque. Mientras buscaba las monedas, un coché me roció entero de agua y yo reí mi desgracia porque, sinceramente, me hago mucha risa cuando estoy de buenas. Pero el autobús llegó de inmediato, y así confirmé que estaba fuerte y que no me iba a echar atrás, porque me lo estaba tomando con humor.
También llovía dentro del autobús, pero la gotera sólo escupía en las abruptas paradas de los semáforos, así que aguanté el tipo, tampoco había más opciones de asiento. En realidad, ése no era un gran mal en comparación con el espectáculo de besos húmedos que se intercambiaba cada quince segundos la pareja que tenía justo delante. Quince segundos de espera, cinco de beso, cero palabras. Y yo, sólo en mi asiento de dos, beso que va, gota que viene, lenguas que se abrazan y yo que me abrazo del frío que tengo con mi jersey finito de "por si acaso".
Cuando bajé del bus, la lluvia seguía, no sé si más fuerte o era yo, un escándalo de agua. Fui buscando mi camino, observando a la gente pasar como si no hubiera problema en todo aquello, con pantalones cortos, sandalias y manga corta, esquivando los ríos de la calle. Pero yo seguí mi camino, pensando que era fuerte y que llegados hasta allí, nada podía conmigo.
Después de diez minutos de desorientación y agua inmisericorde, decidí dejar de hacerme el fuerte, estrangulé a mi angelito bueno, y con el malo me eché unas risas y me volví a casa, por lo menos acompañado.
Cuando bajé del autobús me di cuenta que ya estaba parando de llover. Pero ya nada podía conmigo.


viernes, 17 de septiembre de 2010

Vulnerabilidad

Ayer tembló la tierra. Fue un terremoto de 5.4, según me cuentan, con epicentro en el Pacífico, no demasiado lejos de aquí. Por lo que me dicen, los temblores son frecuentes, de mayor o menor intensidad. En esta parte del mundo, la tierra habla, se queja y tiembla de angustia, está como inquieta.
La sensación fue como de sentir que el metro pasa por debajo de tus pies, y después, el balanceo lateral, como de estar montado en un flan de gelatina. Los cuadros se movieron y a mí no me dio mucho más tiempo de preguntarme nada. Fue muy rápido, pero me quedó esa sensación de ser vulnerable, de pertenecer a un entorno que no controlas.
En fin, que no pase a mayores, y todos tan contentos de estas curiosas peculiaridades.

lunes, 13 de septiembre de 2010

Un nuevo comienzo

En este vuelo en el que sigo como pasajero eterno, he cambiado de destino. Desde Costa Rica voy a tratar de mantener actualizado este blog, con tantas esperanzas como inquietudes.
Mis circunstancias cambian, ya no soy voluntario, ya no vivo en una realidad de pobreza, veo poca gente negra y tampoco toco orejas de niños casi todos los días. De hecho, de momento, no he tocado ninguna. Pero la aventura sigue siendo la misma, seguir disfrutando del lugar al que me lleguen mis pasos. Dónde y porqué os lo cuento en un ratito más íntimo, si os parece.

De momento y por un tiempo, viviré en San José. No he tenido mucha ocasión de husmear el lugar, pero se trata de una ciudad amplia, de calles que suben y bajan, salpicadas de viviendas bajas, algunas residenciales, otras en condominios (bloques de apartamentos de 2-3 alturas, vallados y vigilados), o dejadas caer en parcelas irregulares. No se parece en nada a la típica ciudad europea de calles alineadas y centros históricos bien definidos. A mí me cuesta situarme un poco, pero tiene que ver más con mi pésima orientación que con un entorno hostil.
El país explota en verde, pero tiene que pagar el precio de una lluvia permanente. Las mañanas son claras, incluso el sol se impone, dejando un ambiente cálido y tranquilo que poco te invita a sospechar en la aparición de unas nubes atemorizantes sonre el mediodía, y la posterior desembocadura en recias tormentas sobre las 2 de la tarde. A partir de entonces ya no hay esperanza, y el día se mantiene vestido de arriba a abajo de un color que se mueve en toda la escala de grises. Así todos los días, al menos en temporada de lluvias, que se alarga a casi tres cuartas partes del año.
Este es el punto que peor llevo, pues me considero una criatura de la luz, y me desasosiega la oscuridad. Además de que se anulan las posibilidades de la tarde, o se empañan, valga el símil.
Sin embargo, la solución es fácil, salir de casa pertrechado de fino abrigo y paraguas. Con estas armas pegadas a uno como la piel al cuerpo, puedes estar seguro de poder defenderte de las caprichosas variaciones en cuestión de minutos que se den a lo largo del día.  

miércoles, 30 de junio de 2010

Pies inquietos


Rubén se va de nuevo.
Son las 3 de la mañana de la noche anterior a mi partida, y sigo repitiendo los vicios de siempre. La maleta me mira con aire de resignación, consciente de que una vez más pude evitar estas prisas de última hora.
Mañana me voy, y sigo el camino que una vez me trajo aquí para enseñarme que es posible vivir de una manera más sencilla. Frente a mí, nuevos pasos que desean ser andados, sin prisa, que se alinean hacia algo que está un poco más allá. Así iré siguiendo mientras pidan unos pies inquietos y curiosos, y sigan habiendo en este bendito mundo más caminos por andar.
Hasta luego.